lunes, 13 de julio de 2009

Dos almas y una canción

Aunque lo intentaba, no podía sacársela de la cabeza. Esa canción la perseguía al igual y casi con la misma intensidad que sus miedos, esos miedos que nunca se había atrevido a afrontar. Tenía que seguir adelante, eso era seguro, pero algo (o mejor dicho, alguien) no le permitía hacerlo. Una voz aguda y punzante recorría su cuerpo por fuera y por dentro. Era una guerra interior de la cuál nadie estaba enterado, ni siquiera ella.
Cada martes ella se preparaba para ir al cementerio. Cada martes conmemoraba la muerte de su esposo; llevaba lirios los días en que el sol brillaba sobre su rubia cabellera, y rosas blancas los días en que el cielo lloraba su pérdida. Luego, cada martes, al volver a casa, se preparaba un té de tilo, mezclado con una copita vodka y se disponía a dormir, si era posible, hasta el día siguiente.
Muchas veces al mirarse al espejo, se asombraba al ver cuan envejecida se veía, cuan pálida y cuan sola se encontraba. Nadie parecía visitarla, al menos nunca vi a nadie hacerlo en mi hora diaria acompañada por mi enorme ventanal. De hecho, comenzaba a sentirme tan miserable y sola como ella, y me repugnaba la idea misma de sentarme a verla, porque eso significaba que nadie tocaba mi puerta, y nadie salía de ella tampoco. Tal vez, ésa era mi misión, tal vez, ayudándola a entender su pasado y su destino yo podría de una vez por todas salir de ese lugar, encontrar ese camino del que todos hablan, dicho de otra forma, comenzar a vivir.
El martes siguiente, decidida y con una sonrisa en la cara, lista para "accidentalmente" toparme con ella en su paseo semanal, la desilusión me corrompió al darme cuenta de que nadie salía de la casa. Ella debería haberlo hecho al rededor de las 15hs. A lo mejor se retrasó, pensé, pero luego de unas horas me dí cuenta. Ella lo había entendido; y sin mi ayuda. Lo comprendió todo, la canción, las flores, Todo.
Un martes ella llegaba agobiada del trabajo. Como cortina musical podía escucharse esa canción que ella tanto anhelaba y con la cual le gustaba dormitar. Tomando su característico té de tilo, olvidó de cerrar el gas. Luego tomó su copa de vodka y se preparó para dormir. Su esposo no había vuelto, ya que se encontraba de viaje en ese momento. Él le había regalado lirios el día en que se conocieron, y rosas blancas el día en que el cielo lloraba su pérdida... Ella se dio cuenta, y pasó a nueva vida.
Yo por otro lado, seguiré esperando un alma aturdida que me sirva de puente con el más allá; otra vez, encerrada en mi encrucijada. Sabiendo que morí, pero sin conocer el porqué de mi estadía.

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